Querer solucionar los problemas, lo antes posible, esto me ha llevado, la mayoría de las veces, no solo a no lograrlo sino a empeorarlos. Llegar a entender que el camino más corto no tiene que ser el mejor, el que me lleva a donde yo quiero. He podido experimentar que para ayudar a una persona no me vale con decirle lo que yo creo que tiene que hacer; lo que la ayuda es demostrárselo a través de mi ejemplo, esto es, trabajarme mis actitudes, las cosas que me perjudican, para ir mostrándola, a través de actos de amor, el camino del sano juicio, ese en el que, la persona a la que quiero ayudar, comienza a darse cuenta, por ella misma, de cuáles son los comportamientos mejores para solucionar su problema. Es a través de mi propia experiencia, de mi propio trabajo interior, como puedo ayudar a los demás. Lo bueno de esta forma de actuar es que tiene un doble beneficio, ayuda a la persona, me ayudo yo. Hay un ejemplo muy evidente en los aviones, cuando nos piden que, en caso de accidente, nos pongamos primero nosotros la máscara de oxígeno para después ponérsela a los demás. Esta actitud, de querer soluciones inmediatas, es una más en la que tengo que derrotarme ante la impaciencia, acabar haciendo el mal por haber querido hacer el bien. Seguir yendo a los grupos, trabajar los pasos, eso es lo que me acerca a la buena vida.
