El Programa. Paso Siete VIII

Vuelvo a sorprenderme de cómo las situaciones difíciles, las que hubiera preferido no tener, las que me obligan a trabajarme para no sufrir, esas son las que me hacen mejor. La impaciencia, una actitud arraigada en mí, que me impide dejar que las cosas sucedan sin intervenir, que me impide ver cómo suceden los acontecimientos sin que mi ego intervenga; un estado en el que por temor a que las cosas no sucedan cómo a mí me gustaría actúo antes de dejar que fluyan. Creo que tiene que ver con una excesiva ambición, conseguir lo que quiero, cómo lo quiero, no dejar manifestarse a la otra parte para desviar la atención hacia lo que yo pienso que es lo mejor. La impaciencia me lleva a un estado de continuo stress en el que no me deja percibir la vida tal cual es, la quiero ver bajo mi filtrada mirada, esa que me intenta proteger de los daños o privarme de los beneficios de lo que se trate, pero que consigue justo lo contrario, mantenerme en constante conflicto con el entorno. La impaciencia me priva de ver la belleza de las cosas, de las personas, de todo; queriendo intervenir en todo no me deja disfrutar de los acontecimientos. Se manifiesta de forma subliminal, no en los grandes momentos, en los que me es fácil identificarla y pasar de ella, sino en los pequeños momentos, esos que minimizo pero que son los generadores de conflictos y soledades constantes. Creo que bajando mi ambición, mis temores a que las cosas no salgan cómo yo quiero, a sufrir, dejando que la vida fluya, que las personas se manifiesten, me acercaré a la buena vida.

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