Una persona, cercana, querida, me desequilibra. Su manera de comportarse hace que me sienta mal, no logro sujetar mis palabras, van saliendo de mi boca en forma de reacción. Momentos en los que siento que me estoy defendiendo, dudo lo qué decir, lo qué hacer; pienso que debo darle amor, no es eso lo que me sale, comienzo a defender lo que yo creo que está bien; dejo de escuchar, no logro ponerme en su lugar, no puedo evitar mirarlo desde mi posición. Me doy un respiro, calmo mis nervios, comienzo a ver mi sano juicio, el que me dice que la mejor forma de abordar la situación es desde el amor, con palabras llenas de entendimiento, de afecto, sin ceder a lo que pide, a lo que exige, mostrando una postura en la que me acerque, haciéndole saber que entiendo su postura, dando argumentos para apoyar la mía, evitando dejar que me maltrate; sin poder evitar que él a sí mismo se haga daño, protegerme sin hacerle daño. Derrotarme ante la impaciencia; coger distancia para buscar mi sano juicio, ese que logra hacer de entre lo que quiero, lo que me conviene; buscarlo en personas, en los grupos, en mi Poder Superior, La Naturaleza. Lo importante, ahora que está el conflicto, es no empeorarlo; ahora que la otra persona está alterada, que siento que he perdido el equilibrio, no decir, no hacer nada; no querer solucionar el problema, dejarlo para más adelante, cuando los dos hayamos recuperado la serenidad. Derrotarme ante la impaciencia me acerca a la buena vida.
