Hoy he podido ver a mi niño interior observando a otro niño con envidia de su cuerpo delgado, de su vitalidad. Hoy he podido conectar con ese sentimiento, el que tuve de niño, de querer ser más y mejor para que me quieran más. La envidia ha sido la emoción que, de niño, me llevo a traicionarme, a no bastarme con ser como era, un niño calmado, guapo, algo grueso, más observador que protagonista, un niño que según mi familia llamaba la atención por mi cara guapa. Pero llego un momento en que mi cara no me fue suficiente, quise ser más; quería también llamar la atención por mi cuerpo, por mi forma de ser. Esto, en vez de una ayuda fue un perjuicio, comencé a autodestrirme comiendo más. Hoy puedo decir a mi niño interior que no tenga miedo, ahora hemos crecido, nos hemos hecho mayores, y puedo cuidarle para que no tema nada. Puedo decirle que no es necesario llamar la atención para que nos quieran, que con ser como somos ya nos quieren. Cuidarme como cuidaría a cualquier niño, a mi niño interior, me acerca a la buena vida.
